viernes, 11 de julio de 2008

Préstame tus ojos

Como cada mañana han cogido juntos el tren en Atocha y han subido cuidadósamente al vagón. Llevo observándoles desde hace meses, siempre a la misma hora, en el mismo tren, con la misma dirección y siempre vistiendo sus mejores sonrisas. Uno junto al otro, casi sin despegarse, cogiendose de la mano, dándose sus pequeñas instrucciones y con esa dulzura en la mirada que refleja el cariño de un amor puro e inocente. Guiádos por sus blancos bastones tantean el terreno antes de adelantar sus pasos para subir al vagón. Siempre unidos, rozándose lo justo pero con el tonteo típico de los primeros meses de noviazgo.
Él cuida de ella, la protege, le cede su brazo para que se sujete, mientras el tren comienza a salir de la estación destino Recoletos. Sólo una parada de recorrido, 5 minutos excasos de trayecto y toda la gente centra su atención en ellos. Algunos anhelando recuperar esa ternura que ya perdieron y otros admirando su fortaleza ante la vida.
El traqueteo del tren les hace dudar y el agobio de personas a su alrededor no les merma las fuerzas y el arrojo ante lo desconocido.
El convoy se detiene entre ambas estaciones y ella le pregunta tímidamente si ya han llegado a su destino. Él la besa la frente, la acaricia la mano y le aclara con simpatía sus dudas. Su sexto sentido le dice que el tren se ha detenido una vez más, como cada mañana, para confundir a los viajeros que nerviosos, esperan con prisas llegar a la estación para salir disparados hacia sus puestos de trabajo, como si eso, fuera lo más importante en sus vidas.
Por fin Recoletos, las puertas se abren y un silencio recorre el vagón. La gente se detiene a su paso, mira con atención sus movimientos y respiran al ver que ambos han alcanzado su meta.

Admiro estos pequeños detalles de otro mundo que no es el mío.

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